¿Cómo empezó usted a tomar conciencia de la cantidad de plástico que usa en su día a día?
Desde muy pequeña he sentido una especie de responsabilidad con este tema, quizá por la cantidad de noticias con las que nos bombardean a diario sobre el impacto medioambiental. Lo cierto es que no recuerdo un antes y un después marcado en cuanto a una toma de conciencia como sí me sucedió, por ejemplo, cuando dejé de comer carne. Por otro lado, vivo en una isla bellísima a la que es muy necesario respetar en ese sentido. Ibiza, por desgracia, está muy maltratada.
¿Cómo y por qué surge Sa Terra?
De la necesidad de cuidarnos de la manera más natural y respetuosa posible tanto con nosotros mismos como con el medio. Silvia [Ripoll] se interesó por la cosmética natural a raíz de un problema de salud y se empapó de cursos. De forma paralela, yo empecé a informarme por este tipo de cosmética más sostenible. Me pregunté por los actos individuales que podía hacer para mejorar el planeta. Un amigo en común me recomendó que antes de lanzarme le preguntara. Y Silvia, que es muy profesional, me dio una master class. De esa forma se nos ocurrió la idea de hacer talleres, de concienciar a la gente. Los talleres fueron muy bien, pero muchos nos pedían directamente el producto final. De esta forma surgió Sa Tera.
Enseñar a los clientes a hacer el producto que uno vende no parece una gran idea de negocio…
¡Tiene razón! Pero tampoco era nuestro principal objetivo. La parte teórica es la que hace conectar más a la gente. De repente te das cuenta de cómo a medida que más explicas, más se comprometen con la causa y despiertan su lado más creativo en el proceso de elaboración del producto. Pero también es cierto que hay muchas personas que quizá no tienen el tiempo o simplemente prefieren comprarlo ya hecho. Lo que está claro es que la pedagogía siempre suma.
Suma, pero ¿es suficiente? El informe de la Carbon Disclosure Project asegura que el 70% de las emisiones de carbono del mundo proceden de 100 empresas. Es muy difícil que una acción individual marque la diferencia. ¿Por qué hacer algo a nivel personal es importante?
Yo también le doy muchas vueltas a este tema. Es cierto que las acciones más significativas deben proceder de las grandes empresas y que necesitamos una deconstrucción política muy profunda. Pero cuanto más hagamos de manera individual (y, por consiguiente, colectiva), más presión ejerceremos para que sucedan estos cambios. Es muy importante generar cada vez más demanda de productos sostenibles, cuestionar de dónde vienen y pedir transparencia, es decir, ¿cómo se han gestionado los recursos? No creo que haya que sucumbir a la ecoansiedad. No se trata de sentirse culpable por no comprar siempre a granel, por ejemplo, sino de ser lo más coherentes posible dentro de nuestras posibilidades.
Precisamente el granel se va a convertir en una opción mayoritaria. El Gobierno va a prohibir la venta de frutas y verduras envasadas a partir de 2023, una medida que hace unos años era impensable. ¿La gente está más concienciada?
Totalmente. Antes era impensable hacer algo así. El plástico era el recurso más novedoso, de hecho. Creo que está surgiendo un despertar, pero también que sigue faltando autocrítica. No es fácil renunciar a ciertas comodidades. Nos duele ver la horrible estampa, pero aún no somos capaces de relacionarla con nuestras acciones diarias.
Y si esas acciones diarias pueden ser divertidas y creativas, mucho mejor. ¿Qué productos sólidos son más fáciles de hacer?
Diría que las barritas corporales, con un par de ingredientes tienes un producto superefectivo para hidratar y cuidar tu piel. Y a esto le sumamos que no lleva envase y que es biodegradable.
¿Y cuáles dan mejor resultado?
Partiendo de la base de que todos son maravillosos [risas], suelen ser bastante personalizados. Dependiendo de cómo tengamos la piel, el pelo o en la época anímica en la que nos encontremos nos vendrán mejor unos ingredientes u otros. A mí el champú de cúrcuma y caléndula me encanta, porque noto en un solo lavado la fuerza que le da a mi cabello y el brillo que le aporta. Y todo esto con ingredientes naturales y locales como la harina de avena o el aceite de oliva. En general es muy interesante volver a relacionar la naturaleza con actos tan cotidianos como la higiene porque estábamos bastante desconectados de eso.
¿Qué otros consejos podría dar al lector para que reduzca su uso de plásticos? ¿Cómo podemos reducir nuestro impacto ambiental?
Lo principal es que volvamos a entender que no somos habitantes de este planeta, sino que formamos parte de él, que dejemos de mirarlo desde fuera, como algo ajeno a nosotros. Es un tema complejo, así que lo único que podría aconsejar es que nos informemos cada día un poco más, que acerquemos posturas y que nos atrevamos a tocar el terreno incómodo de la autocrítica. Hay que cambiar cosas por una cuestión de lógica, natural. Y es un cambio que va de lo individual a lo colectivo: hay que evitar plásticos de un solo uso, reducir el consumo de productos de origen animal, comprar local, priorizar la calidad a la cantidad, normalizar la segunda mano…