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ENTREVISTA CON

Domestic Data Streamers

Domestic Data Streamers da cuerpo a los números igual que haría un pianista con las frías notas de una partitura. Los convierte en instalaciones artísticas. Les insufla vida. Este colectivo artístico de Barcelona, capitaneado por Marta Handenawer (directora creativa) y Pau García (cofundador), crea exposiciones que datifican la realidad. Beben de datos e informes para crear instalaciones e imágenes pop. Pero esta no es la forma final que toman los números en su poder. Lo que quieren ellos es transformarlos en acción, remover las conciencias de los espectadores, invitarlos a cambiar la realidad.

 

En los últimos años, Domestic Data Streamers se han especializado en señalar problemas sociales. Ya lo hicieron con el machismo el año pasado, en una exposición, Feminista havies de ser, en el Palau Rober de Barcelona. Ahora se centran en las nuevas formas de violencia en su nueva exposición, 730 hours of violence, que se puede visitar en el Espacio Mutuo Centro de Arte de Barcelona. Su objetivo es señalar las nuevas formas de violencia social y construir debates ciudadanos sobre cómo vemos y nos relacionamos colectivamente con los nuevos paradigmas de violencia.


Podríais compartir algunos de los datos que dan forma a vuestra última exposición, 730 hours of violence

Marta Handenawer: Mientras estábamos llevando a cabo la investigación de este proyecto, 230 personas murieron en el conflicto entre Gaza e Israel, 2 personas murieron en un accidente de un coche Tesla sin conductor y casi 11.000 personas fueron desahuciadas en España. Los pensamientos e intentos de suicidio entre los adolescentes prácticamente se han duplicado desde 2008, de modo que el suicidio se ha convertido en la principal causa de muerte en España entre las personas de 10 a 34 años.

¿Qué efecto crees que han tenido en el lector estos datos? ¿Por qué necesitáis transformarlos, convertir los números en instalaciones?

Pau García: Vivimos en un momento de agotamiento empático, estamos tan bombardeados de realidades complejas que cuando nos hablan de las cifras de muertos en el Mediterráneo o los billones de euros perdidos en casos de corrupción somos incapaces ni siquiera de enfadarnos. Es lo que hay, nos decimos. Hay un profundo agotamiento empático en nuestra sociedad y esto nos lleva a una falta generalizada de acción: si algo no me importa, ¿cómo voy a hacer algo para cambiarlo?

 

Las cifras tienen esta consecuencia. Hay una célebre frase atribuida a uno de los generales de Stalin que decía: “Una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística”. El lenguaje con el que comunicamos ciertas realidades acaba definiendo la empatía que sentimos por lo que representa. La realidad es que las cifras no nos emocionan, no nos enfadan, no nos hacen cambiar. Necesitamos nuevos lenguajes con los que poder explicar estas realidades tan complejas y que lleven a la gente a cierta acción.

Esta instalación no nace de un encargo externo, sino de un impulso propio. ¿Por qué habéis apostado por hablar sobre violencias emergentes? ¿Cómo ha sido el proceso de investigación?

M.: En este caso hemos intentado tener cero ataduras y poder explorar un concepto un tanto polémico aunque transversal que de alguna forma nos afecta a todas. Para poder tener una visión más rigurosa del tema hemos contado con la ayuda y visión de profesoras del calibre de Sara Torres, que nos ha guiado a la hora de desarrollar una investigación como ésta. En la exposición nos basamos en ideas de expertas como Judith Butler, Sarah¿Sara? Ahmed, Rob Nixon o Cathy O’Neil que han estudiado la violencia en los últimos 40 años, así como en reportes oficiales y datos abiertos de las más rigurosas instituciones.

Vuestras exposiciones e instalaciones son estéticas y cualquiera podría disfrutarlas. ¿Por qué habéis apostado por hacer un arte político? ¿Por tratar de temas que muevan conciencias e incomoden pudiendo hacer intervenciones más cómodas?

P.: No es tanto una apuesta como una consecuencia, el tipo de proyectos que planteamos se basa en hacerle preguntas al público, en dirigirse a él; esto en sí mismo ya es un acto político, evitamos generar los monólogos que habitualmente se dan en muchas de las instituciones culturales de nuestro país. Entendemos nuestros proyectos como espacios de discusión, en los que la voz hay que compartirla con los visitantes. Si una de nuestras exposiciones está en silencio es que algo hemos hecho mal. Si a todo el mundo le gusta lo que se ha dicho, o como se ha hecho, también vamos mal. Con esto no quiero decir que lo importante sea generar controversia, sino crear una discusión bien documentada, entender que las realidades no son sencillas y hay que generar espacios con contenidos que sirvan para tener el nivel de diálogo que es imposible de tener en Twitter. Hay una necesidad real de estos espacios y creemos que los expositivos podrían recuperar esta función.

Una función novedosa… ¿Creéis que las exposiciones deberían ser agradables para el espectador o deberían removerle, moverle a la acción?

P.: No creo que haya una forma adecuada de hacer exposiciones, hay exposiciones preciosas, exposiciones entretenidas y divertidas que valen mucho la pena. Las que nosotros queremos hacer tienen el objetivo de interpelar a los visitantes y construir reflexión crítica, nuestra forma de entender el papel de las instituciones culturales no es el de que sean espacios de “consumo cultural cómodo”. No es generar un Netflix del arte, donde vas a pasar el rato el domingo, la cultura es visceral, toca la piel y por eso tiene un gran poder transformador que no hay que desaprovechar. Si la gente sale enfadada, triste o emocionada es que realmente ha tenido impacto y que probablemente en mayor o menor medida se puede llegar a generar un cambio en el público que la ha visitado.

En vuestro caso, ¿qué fue lo que os hizo reaccionar? ¿Cómo y cuándo decidisteis hacer intervenciones más sociales?

P.: El proyecto de Domestic Data Streamers nació literalmente en la calle, empezamos haciendo visualizaciones de datos sobre lo que la gente pensaba en las paredes de plazas en Barcelona. Con el tiempo hemos acabado trabajando en cárceles, hospitales, iglesias y escuelas. Así que, en realidad, lo que ha resultado más extraño ha sido entrar en espacios menos diversos como son los museos, galerías, instituciones públicas o espacios comerciales.

Vuestra anterior exposición hablaba sobre machismo. ¿Qué aprendisteis de la experiencia? ¿Qué aprendió vuestro público?

M.: El machismo no es un concepto abstracto ni una narrativa aislada de las experiencias que vivimos. Con eso quiero decir que, aunque se pueden usar datos para evidenciar la existencia del machismo, los números pueden alejarnos de la realidad más que ayudarnos a comprenderla. Cuando una persona que ha sufrido por machismo ve un dato sobre abuso, su lectura va más allá de los números: estamos hablando de su historia. Por eso, cuando estábamos diseñando la exposición hicimos el ejercicio de tratar los datos como testimonios personales, sensibles y con una fuerte carga emocional.

El público de la exposición pudo contrastar el contenido de esta con sus experiencias personales. La idea era que no solo aprendiera sobre la realidad del machismo (¡y del feminismo!) hoy, sino también sobre la comunidad y las historias que los datos esconden.